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lunes, 25 de septiembre de 2017

POESÍA SIN PALABRAS.

     Cada vez que intento dotar a mis palabras de cierto sentido, me surge una duda: ¿transmito lo que siento o lo que pienso? ya se que se trata de dos concepto (sentimiento y razón) opuestos pero fácilmente confundibles, ni siquiera estoy segura si el pensamiento está en el corazón o al contrario y es que el pensar se ha de sentir primero para darse.

     Otro asunto es expresar ese "sentimiento-reflexionado"; en el instante en que tropezamos con el papel en blanco, el cual nos suplica que no difamemos demasiado al diccionario; en ese momento de pérdida, de desazón y de duelo al comprobar que las palabras y de éstas a las oraciones, párrafos... son, ni más ni menos, que el edificio que ha de sustentar lo que deseamos transmitir.

     "El lenguaje" como ese medio inventado por el hombre y como tal predispuesto a los malos entendidos y a la ambigüedad, es imposible hacer una ciencia exacta del lenguaje, a veces, cuando se enfrenta a la tradición es cuando más éxito consigue -siendo el éxito una prueba de que hemos conseguido comunicar algo- así los más grandes literatos y poetas han jugado con el lenguaje de forma transgresora, enriqueciéndolo.

     De igual forma ocurre con el lenguaje plástico o arquitectónico, pues es fruto de ciertos cánones marcados por el hombre -aunque este hombre se llame Vitruvio- basándose o no en la naturaleza, pero sin dejar de ser un lenguaje inventado.

     Por todo ello cabría pensar que los verdaderos revolucionarios fueron los primeros que dotaron de lenguaje -sea escrito, plástico o arquitectónico- a los sentimientos o a la razón; que dieron forma a las ideas y organizaron estas formas entre sí para establecer una conexión con el otro, pues éste el fin de todo lenguaje.

     Sin embargo, me resulta más interesante comprobar que el propio lenguaje se puede convertir en fruto de la experiencia estética -esa por la que comienza de nuevo el círculo vicioso: sentir/pensar/expresar- dicho de otro modo: el hombre se coloca frente a la obra clásica y desea darle la vuelta imperiosamente, hacerla suya.

     Con la literatura ocurre igual, las palabras sabiamente ordenadas para que cobren sentido, una vez leídas, admiradas y digeridas por el hombre, desean ser vomitarlas sin lógica o argumento alguno, hombre y lenguaje se rebelan contra lo establecido por naturaleza (algunos más que otros).

     Pero claro, cuando llega el momento de expresar esa rebeldía se nos plantea el dilema: si queremos comunicarnos hemos de no rebasar la línea roja entre el lenguaje tradicional y el abstracto: entonces caemos en la cuenta: el lenguaje es nuestro lienzo clásico, si desordenamos las palabras arbitrariamente surgirá una nueva experiencia estética.

     ¿Y si borráramos las palabras principales? en ese caso tendríamos un relato tan extraordinario que mantendría excitado al lector hasta el final ¿y si borramos todo el texto y nos recreáramos en el vacío inspirador? ¿no resultaría ser la experiencia estética con mayúsculas? ¿no nos permitiría ver en nosotros mismos el poema perfecto, perdido el asidero del lenguaje?.