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domingo, 22 de octubre de 2017

A PROPÓSITO DEL MUSEO.

      Me hallo enfrascada en el análisis del museo -como institución, servicio o como ejemplo, al fin, de la evolución comunicativa desde la antigüedad-; no seré yo la persona que ponga en duda el alto nivel alcanzado en lo que respecta al aspecto dialógico entre el público y dicha entidad. Diferentes estratos en esta cuestión son analizados constantemente por expertos en museología a nivel internacional, pero ¿qué ocurriría si el público dejara de ir a los museos? ¿si éstos tuvieran que interrumpir bruscamente todo ensayo pedagógico por falta de discípulos?

      No constituirían más que edificios obsoletos o pretenciosos; asépticos o polvorientos. Espacios mortecinos, tan solo animados por obras de distinta naturaleza pero que guardan el común denominador de ser reliquias escogidas para ejemplificar algún acontecimiento o circunstancia, o elevar una forma a arte incuestionable con solo el pretexto de su presencia en la historia, presencia que ha sido glorificada por encima de la realidad de la obra. El museo sin observadores no es nada porque lo que expone ha de seguir significando a través de ellos.

      Quizás esta función reivindicativa del status histórico de un objeto sea la esencia del museo, mal que nos pese; quizás la preconizada educación como revolución museística, sea más elitista que la tradicional, pues pretende que el público se comporte como un individuo original que aprende lo que desea a aprender, que se dirige a una biblioteca o a una universidad cualquiera para cultivarse, que partiendo de una premisa cultural o no, elige lo que desea grabar en su memoria. Pero el individuo no es así, no aprende lo que desea sino lo que desean los demás que aprenda, siempre es así.

      El museo no enseña, aprende; aprende de ese ente abstracto llamado público; responde a sus apetencias volubles o congruentes, debe exponer lo que este ente desea ver, que son imágenes u objetos sin más, simples  y sin anécdota o formulario; uno no se dirige al museo para convertirse en un erudito, ni para compadecerse de la cautividad a la que están sometidos tanto objetos como seres vivos con más inteligencia, quizás que el más escrupuloso y profético de los teóricos.

      Es más adecuada la nueva realidad respecto al público de los actuales museos interactivos, en los cuales lo aprendido se obvia en favor de una supuesta experiencia subliminal y lúdica; es más efectivo para la salud mental del visitante exponer las entrañas de las obras, dejando el resultado final hundido en la miseria pues el momento de su descubrimiento será también el del cansancio extremo del espectador. No seré yo quién diga qué debe contener un museo y cómo debe hacerlo, pero como espectadora querría ver más que comprender, experimentar el placer de vivir por medio de la mirada.

      La mirada que se va, a veces, para los más insólitos rincones de un museo cualquiera; que reconoce en cualquier esquina una imagen de la historia personal del individuo, que sale al exterior en cualquier patio de cualquier edificio histórico y hace que nos preguntemos ¿quién vivió aquí en el siglo XIX? ¿quién corrió por sus salones? Incluso se podrá posar en algún visitante que no va tras la multitud, sino que contempla expectante una obra cualquiera -esté o no esté bien iluminada-.

      Es la vida la que transcurre por entre cada espacio pensado para la formación precipitada, para la erudición en quince minutos; es la espontaneidad del niño que se pregunta si venderán golosinas en esa tienda tan bonita y con tantos colores de la entrada; tal vez el museo deba dejar de alzar la vista por encima de sus visitantes y compartir con ellos, de forma casi infantil, sus posesiones; como aquellos reyes que sin saber escribir, si que sabían lo que valía una espada o un medallón desgastado, que los mostraba sin otra pretensión que la envanecerse ingenuamente.

      No es que pretenda volver a la Edad Media pero creo que lo simple y directo, lo sencillo y gráfico es el mejor modo de llegar a todos -no dividiendo a la multitud en torpes o listos, estudiados o iletrados-, todos es todos, el culto se cansa de serlo tras una pesada jornada entre libros, mientras que el que no se ha asomado aún al universo del saber por propia decisión, no pretende más que pasar un buen rato. Quizás el mejor camino para la educación es la puerta abierta, la insinuación, el aperitivo que presagia una espléndida cena.

      Educación sí pero con mesura, no hay educación sin interés, no se aprende en el hastío.Los hombres, todos: los genios y los un poco más obtusos, debemos descansar continuamente del esfuerzo de querer saberlo todo. La universidad no debe entrar en los museos, son ellos los que deben despertar el espíritu suficiente para la adquisición del conocimiento, agarrar la predisposición del que acude para deleitarse en algo, respondiendo con ese algo más que pueda hacer que se pregunte qué hay detrás de ese campo de margaritas gigantes ¿o son girasoles...?

jueves, 12 de octubre de 2017

OTRA HISTORIA.

      El artista como fenómenos social, como traductor o quebrantador de contextos -espacios en el que se suscribe y de los que a veces no llega a tener conciencia- ¿cómo puede influir en sus obras? ¿cómo puede influir en su capacidad de creación?
El artista autónomo es ante todo, un captador de imágenes: de formas, líneas y colores disueltos en el aire, sin asidero formal; su mirada no es prosaica ni periodística; ésta última parte de una casta especial, de una personalidad artística concreta; es otro cantar: transformar la realidad pura y dura sobre el lienzo, una labor creativa que solo puede ser consecuencia del estilo, conseguido y depurado por medio de una tarea simplificadora o barroquizante.

      El artista abstracto -o abstraído de la realidad- no pretender romper con ella, tampoco quebrarla, ni siquiera tomarla en cuenta. Por consiguiente no la deforma ni la abstrae; no la ordena ni recompone. La abstracción es la entrada a la forma pura, ésta será más real -aunque parezca una contradicción- cuanto más se aleje de lo identificable.
El juego realidad-irrealidad es sólo eso, un posicionarse justo en la entrada a la imaginación; es el ejercicio previo a la desligación total; a veces, el artista se encuentra cómodo en este tránsito, otras veces decide lanzarse al abismo, es eso lo que les ocurrió quizás, a algunas de las vanguardias históricas.

      Pero no hay que olvidar que durante el siglo XIX, otros abrieron el camino -impresionistas, postimpresionistas...- se trataba de la disolución del figurativismo, fuere el motivo o la intención cual fuere; el atrevimiento primero partío de otros -el rechazo los sufrieron todos- pero la independencia de la forma estaba servida y por lo tanto su propia evolución, sin parámetro realista alguno; no he inventado yo esta teoría pero es más lógica que pensar que el arte sea fruto de la experiencia vital, cuando la creación, como componente indisociable de éste, parte del lado opuesto a lo prosaico, traducido ésto en lo político, lo social, etc.
El contexto social puede herir al hombre hasta lo demencial, pero su arte no se moverá un ápice de lo que es la evolución de su estilo o mirada primigenia.

      Mucho se ha dicho de la influencia de la guerra -elemento excepcional en la vida de muchos artistas- pero no sólo la guerra agrede o afecta al hombre-artista; existe la injusticia de la paz, el silencio de la comodidad social, el inmovilismo del terror...
Bien es cierta la coincidencia entre el surgimiento de las vanguardias y los convulsos primeros años del siglo XX; nunca había cambiado la piel política de Europa como en aquellos años, pero ¿desde cuándo se estaba fraguando dicho estallido político? ¿desde cuándo otros muchos artistas decimonónicos -valga el término como simple referencia a la época- se debieron preguntar por la dirección de los acontecimientos o se revelaron, pública o privadamente, contra el estado de las cosas ¿cómo influyeron las circunstancias políticas en sus obras, pues sólo se ha estudiado esta cuestión someramente?
Y es que grandes progresistas y rebeldes políticos y sociales, han practicado y practican un arte clásico conscientemente; no rompen con realidad alguna sino que recrean un fragmento de ella ideal o idealizado; mientras que otros siguen rompiendo abruptamente con la realidad, sea cual sea su ideología o su compromiso ante la sociedad.

      La independencia o cansancio de la forma proclamada por teóricos de primera fila durante el siglo XX, guarda mayor grado de congruencia con la experiencia artística; es la mano la que busca otros caminos, el ojo el que se plantea otros derroteros de color, de contraste, de volúmenes; otras obras anteriores las que ponen, ante el nuevo artista, la prueba de que sí se puede moldear el espacio del cuadro a gusto de cada cual, y que ese gusto nace del encuentro ante el espacio vacío del cuadro -digo espacio con lo que conlleva de concepto tridimensional- pues aunque la obra quede para los demás como una representación, o presentación plana, para el artífice -en el momento crucial de la creación- el lienzo es el rostro de un mundo independiente; puede permanecer en la superficie o inmiscuirse hasta el fondo, profundidad real bajo el prisma de su visión.
Sí, la obra (en algún momento de su vida) tuvo de veraz, tres dimensiones, adaptándose la forma a ella  y sólo a ella.










sábado, 7 de octubre de 2017

PRESENTACIÓN VERSUS CONTENIDO.

     En el arte, al igual que en cualquier aspecto de la vida, lo importante suele ser el contenido, pero a veces es más interesante la idealización que se produce tras la visión posterior a la obra creada, pues también en la "aparición" se halla el arte; el esteticismo, ese estilo que conlleva cierto afán decorativo, no debe confundirse con la banalidad o la superficialidad; para mi es una forma de entender todo lo artístico y todo lo que no ha sido considerado como tal por la historia del arte oficial.

     Posee concomitancias con el mito del círculo cerrado, el conjunto hecho unidad, la paz resultante de algo tan prosaico como es la contemplación de una obra integrada totalmente en su espacio teatral; puede llegar a ser semejante a la paz de los inocentes, a la sensación sin razón, sin preguntarse de dónde sale este o aquel elemento; qué significado se oculta en su conformación, qué color representa tal o cual institución o secta religiosa o que abstracción ha sido resultado de qué elemento figurativo propicio.

     Al fin, todas las cuestiones que a través de los años nos hemos preguntado al mirar una obra, se hallan subsumidas en el esteticismo (para mí, más que un movimiento, una forma de entender la vida); este fue el estandarte enarbolado por Oscar Wilde, fue su forma de vida y muerte, pues: ¿qué es el decadentismo sino una muerte anunciada en cada contradicción? es el desaliento de la muerte el que impregna, del mismo modo, un esteticismo sin profundidad o una lápida esculpida en mármol rosa, bello y helado.
La apariencia, dejando a un lado su aspecto peyorativo, representa la esencia del arte, aunque pueda parecer un contrasentido: ¿qué es el arte sino sólo apariencia?.

     No importa lo que veamos en cada obra con talante esteticista; es indiferente lo que vislumbremos o sospechemos, ésto no dejará de ser su tramoya, la guia a la que se aferra el artista; la excusa o la ocasión para desarrollar su ambición por lo bello, pero lo bello sin remilgos, achares o apostillamientos; sin posdatas ni  arrepentimientos; es la belleza clásica de la que todos lo artistas beben y a la que vuelven irremediablemente.

     Quizás la maldición de la pintura occidental sea volver la vista y el espíritu hacia su origen, tras viajar por los infiernos de la metamorfosis y la abstracción; de naufragar en el feismo, lo conceptual o el naive; la belleza como paradigma de la experiencia estética a pesar de nuestros esfuerzos por desterrarla y mostrar otros lados de la pirámide estética.
No habrá arte sin belleza, habremos de buscarla entre las rendijas de cada forma incongruente, o en el destello de cada estridente rojo frente a verde puro, pero hemos de buscarla, es irremediable.

     A la postre, el esteticismo es la belleza de la forma y la forma de la belleza, incluye el devenir de lo físico -la linea, el color, el contraste y la transparencia- en permanente atención al discurso clásico, a la preferencia por la curva frente a la recta impersonal, la voluptuosidad a la planitud; la belleza ligada al sexo y al erotismo encubierto, a la insinuación plástica de la forma natural humana y ello se presenta bajo mil denominaciones y estilos, que, aunque modernos viven a la sombra de lo antiguo.

     Así aceptamos el triunfo del esteticismo a pesar de carecer de trasfondo social o histórico (éste lo añadiremos nosotros), es la revancha de lo original, de la fuente primigenia; del núcleo duro del arte, pues es inútil que nos alejemos de este principio que indefectiblemente se nos aparecerá en cada ángulo o arista viva y deforme reverenciada por multitudes hipnotizadas por su osadía, arrastradas por su declaración de novedad, por su promesa de cambio, pero que cíclicamente vuelve para saciarse de formas perfectas.










lunes, 25 de septiembre de 2017

POESÍA SIN PALABRAS.

     Cada vez que intento dotar a mis palabras de cierto sentido, me surge una duda: ¿transmito lo que siento o lo que pienso? ya se que se trata de dos concepto (sentimiento y razón) opuestos pero fácilmente confundibles, ni siquiera estoy segura si el pensamiento está en el corazón o al contrario y es que el pensar se ha de sentir primero para darse.

     Otro asunto es expresar ese "sentimiento-reflexionado"; en el instante en que tropezamos con el papel en blanco, el cual nos suplica que no difamemos demasiado al diccionario; en ese momento de pérdida, de desazón y de duelo al comprobar que las palabras y de éstas a las oraciones, párrafos... son, ni más ni menos, que el edificio que ha de sustentar lo que deseamos transmitir.

     "El lenguaje" como ese medio inventado por el hombre y como tal predispuesto a los malos entendidos y a la ambigüedad, es imposible hacer una ciencia exacta del lenguaje, a veces, cuando se enfrenta a la tradición es cuando más éxito consigue -siendo el éxito una prueba de que hemos conseguido comunicar algo- así los más grandes literatos y poetas han jugado con el lenguaje de forma transgresora, enriqueciéndolo.

     De igual forma ocurre con el lenguaje plástico o arquitectónico, pues es fruto de ciertos cánones marcados por el hombre -aunque este hombre se llame Vitruvio- basándose o no en la naturaleza, pero sin dejar de ser un lenguaje inventado.

     Por todo ello cabría pensar que los verdaderos revolucionarios fueron los primeros que dotaron de lenguaje -sea escrito, plástico o arquitectónico- a los sentimientos o a la razón; que dieron forma a las ideas y organizaron estas formas entre sí para establecer una conexión con el otro, pues éste el fin de todo lenguaje.

     Sin embargo, me resulta más interesante comprobar que el propio lenguaje se puede convertir en fruto de la experiencia estética -esa por la que comienza de nuevo el círculo vicioso: sentir/pensar/expresar- dicho de otro modo: el hombre se coloca frente a la obra clásica y desea darle la vuelta imperiosamente, hacerla suya.

     Con la literatura ocurre igual, las palabras sabiamente ordenadas para que cobren sentido, una vez leídas, admiradas y digeridas por el hombre, desean ser vomitarlas sin lógica o argumento alguno, hombre y lenguaje se rebelan contra lo establecido por naturaleza (algunos más que otros).

     Pero claro, cuando llega el momento de expresar esa rebeldía se nos plantea el dilema: si queremos comunicarnos hemos de no rebasar la línea roja entre el lenguaje tradicional y el abstracto: entonces caemos en la cuenta: el lenguaje es nuestro lienzo clásico, si desordenamos las palabras arbitrariamente surgirá una nueva experiencia estética.

     ¿Y si borráramos las palabras principales? en ese caso tendríamos un relato tan extraordinario que mantendría excitado al lector hasta el final ¿y si borramos todo el texto y nos recreáramos en el vacío inspirador? ¿no resultaría ser la experiencia estética con mayúsculas? ¿no nos permitiría ver en nosotros mismos el poema perfecto, perdido el asidero del lenguaje?.


martes, 29 de agosto de 2017

ARTE-EXHIBICIÓN VERSUS ARTE-BÚSQUEDA.

     Quizás sea demasiada osada la disyuntiva que da pie al título de esta reflexión, aunque bajo el término "exhibición" se ha de entender "lo hecho", independientemente de la expectativa y resultado -satisfactorio o no respecto a la primera-, otro aspecto dentro del concepto "exhibición" haría referencia a la que denominaríamos "de gala", la que conscientemente queda expuesta a la opinión de los demás, una vez superado el pudor de todo artista -siempre que no se padezca el síndrome de la ostentación-.
Todo ser humano posee un instinto por el que se ve inclinado a mostrarse superlativamente y a esperar el aplauso del prójimo, aunque persista en actuar de forma ambivalente como el eterno extranjero, el ausente, el único habitante de ese lugar siempre lejano elegido por los ególatras.

     La exhibición se produce desde el momento en que el "hacedor" se enfrenta al resultado de su compromiso con la búsqueda de algo. Bien es cierto que el arte figurativo siempre tendrá una medida real con la que comparar dicho resultado -aunque sea para fragmentarla o deconstruirla-. El arte abstracto, por el contrario, posee mayor libertad de ejecución -únicamente respecto a la realidad- y mayor relativismo  en el juicio de su resultado ante los ojos del que lo observa.
Pero todo lo anterior es fruto del momento posterior al proceso creativo, pues en lo que respecta al intervalo de tiempo en el que se produce la ejecución de la obra, ésta deja de guardar parecido alguno con lo real; del mismo modo, el espacio en el que se mueve el creador, es absolutamente opuesto al convencional.

     Aún así no se puede eludir el resultado, éste ambiciona provocar una cierta experiencia estética, no exenta de cierto decorativismo -entendiendo éste como parte del sentido de finalización que todos poseemos innato-; al fin y al cabo, las categoría estéticas abarcan tanto lo material como lo moral o lo ético ¿porqué no iban a alcanzar el entorno dónde la obra está destinada a recalar? La exhibición soporta multitud de condicionantes -culturales sobre todo- lo que origina la no coincidencia entre dos juicios estéticos.
Desde el instanta de la confrontación con el observador, la obra cobra su sentido definitivo; es ese un momento crucial para el creador, pero no es el primero.

     Durante la exhibición se suceden distintos puntos de vista que se solapan entre sí -ésto contribuirá a la institucionalización de la obra o a su postergación-. Es inevitable la comparación con el resto de las obras anteriores, o las que se intuyen podrán ejecutarse -en el ámbito de la colección del propio artista o en uno mayor, y hasta donde la memoria pueda abarcar-; de tal modo que la recepción se convierte en una redistribución con el fin de que la nueva obra pueda encontrar el justo espacio donde poder sobrevivir tras una labor de comparación, pues la obra es -no lo olvidemos- un objeto, el cual ya no posee la impronta de la subjetividad en sí mismo.
Mucho se ha hablado del sentimiento del observador, del proceso -a veces creativo- que conlleva la interiorización de la obra, pero este aspecto del correlato creativo queda fuera de lo que es el centro de mi reflexión.

     Todo creador queda imbuido en el placer de diseñar, del mismo modo que el escritor queda atrapado por la palabra que refleja su intención de comunicar algo, se convierte uno y otro -los cuales son uno- en artífice y observador a un tiempo; un observador maldito, el cual ha de defender lo propio pues suyo es; no atendiendo a cánones o rupturas, a lo moderno o a lo incomprensible; no se ha de medor por lo subjetivo ni lo concreto. Es el amor propio el que quía sus pasos, ha de enamorarse de su vástago aunque éste sólo sea una nublada promesa de plenitud.
No interviene aquí el ojo extraño, el que ha de juzgar a la postre al sano retoño, al recién nacido que se debe al conjunto, a la armonía o al orden; el que espera conseguir un lugar entre los elegidos.

     No, no puede el creativo anticipar ese futuro heredero de millones de objetos, encumbrados o defenestrados por la historia. No puede -a pesar de que debe en algunos casos, pues su supervivencia depende de ello-, dejarse arrastrar por los vaivenes del gusto o de la conciencia de aquellos que verán en el objeto el fruto de un esnobismo y nunca de una profunda vocación.
Pero ¿cómo eliminar el juicio propio?, la exigencia de que la obra resulte ser lo bastante naturalista, o lo suficientemente abstracta; cómo eliminar el bagaje cultural que el artífice posee al igual que todo ser humano, cómo dejar de confrontar lo que aún no es con lo que ha de ser y, por fin, cómo saber qué es lo que debe ser la obra.

     En este dilema existe una terrible categoría estética que sigue persistiendo en nosotros y por la que, en el fondo, seguimos midiendo toda obra: la belleza; indefectiblemente juzgamos todo hecho por lo bueno que puede resultar ser para nuestro "espíritu", y ésto coincide físicamente con lo perfecto y lo bello, desde los autores clásico hasta nuestros días; lo bello, según el canon clásico, es el verdadero rasero por el que se mide una obra, desde Apeles a Kandinsky.
Es desalentador comprobar cómo algo tan subjetivo puede incorporarse al acervo cultural de la humanidad, estableciéndose ciertas pautas psicológicas por las que el juicio de un individuo con cierta notoriedad y transcendencia puede llegar a influir en la mayoría.

     Es también mediante este canon por el que el creador mide su propia obra; pocas veces se aparta  hacedor o árbitro de esta disyuntiva. A pesar que desde hace siglos existen otras muchas categorías estéticas, éstas son fruto, en su mayoría, de cierta adecuación a tales principios de la belleza, estas tentativas resultan ser interludios en los que dicho concepto se permite coquetear con lo no ideal, con lo prosaico, lo grotesco o lo tétrico; tales disgregaciones son recibidas por el observador como válidas e inspiradoras siempre y cuando aún sigan conformando cierto circuito cerrado -aquello de la exquisita cuadratura del círculo-, la obligada clausura de un proceso en el que lo esperpéntico y lo caótico queda preso del convencionalismo final, de la  indefectible idea del "todo".

     Sólo en algunos momentos de la creación se llega a romper esa necesidad humana de finalización; a traspasar la frontera de la memoria para adentrarse cada cual en un mundo en el que la crítica deja de tener sentido, y en el que cada porción de un órgano deja de ser desechado por ser inconcluso. Es el instante mágico que toda persona debería sentir en algún momento de su vida, pues la creación, quieran o no los puristas, no es patrimonio de los virtuosos o de los que poseen una factura impecable -esto sólo supone el medio por el que suelen ser encumbrados-. 
A partir de ello podrían suscitarse multiplicidad de incógnitas: ¿qué es la creación? ¿es un don innato o nace de una necesidad vital? ¿porqué se asocia creación a calidad artística? ¿porqué se considera siquiera parte de lo artístico? 







viernes, 25 de agosto de 2017

EL MARCO.

     Arte sin objeto, sujeto como soporte, vacío ejerciendo de forma, plenitud sin sustancia. Lo aleatorio protagonista del orden interno... todo ello en pos de difíciles cambios que sustentan, a veces, su mayor valor en dicho movimiento o impulso primero.
Pero qué quedará tras la sorpresa unánime de curiosos y desocupados, de halagos profesionales y exquisitos juicios de gusto con vocación de asépticos.

     A veces interesa más el "marco" que el contenido de la obra; la presencia física de la obra ha de lidiar con el regusto estético más banal e inconcluso, con la mirada no siempre partícipe de un supuesto proceso en el que lo lúdico lucha por empatizar con la razón -contradiciendo las leyes de la naturaleza-.
Así "lo bonito", "lo gracioso", "lo amable" queda en la retina por encima de otro mensaje teórico; da igual que el contenido nos hable de una terrible lucha o de un dictador junto a sus atributos mortíferos.

     La forma, o la ausencia de ella, que es también forma, junto a la animación del color, es lo que el arte representa para el público, incluso para el artífice que se metamorfosea en éste cuando contempla su obra ya desligada de su útero.
No existe nada más que la forma. Sin pretender adherirme a ningún movimiento teórico, pues no poseería los recursos históricos para juzgar evolución formal alguna, sí que puedo asegurar que el arte se traduce forzosamente en forma, se da luz a la forma, incluso cuando ésta se limita al vacío.

     El arte de la ausencia, de la total ignominia de la corporeidad, se acerca ineludiblemente a la pura filosofía pues el hombre se divide en pensamiento y cuerpo, todo gira alrededor de estos dos fundamentos: imaginación o "alma", y por otro lado acción-reacción, sensación; conexión primigenia con lo patente, lo animal.
El arte es filosofía en acción, filosofía comparada (en caso que esta conjunción pueda existir), no en relación a otras teorías semipragmáticas difíciles de situar en el mundo sino a nuestro propio cuerpo y su inclinación a expresarse por medio del movimiento.

     El impulso del que antes hablaba, pretendiendo referirme a las vanguardias, se podría medir al ímpetu físico de desear saltar hacia adelante, de luchar fabricando formas que sustenten el cambio, aunque sea por la mera satisfacción de que éste surja.
Tal vez la artesanía resulte ser el más claro ejemplo de la filosofía bien entendida, la traducción real de lo banal de la nada -que es lo que habita en cualquier lugar-, lo que no existe, lo que hace ya tiempo dejó de tener poder sobre nosotros.

     Si reducimos el arte a lo filosófico borraremos el impulso que hace al hombre cambiar, borraremos lo convencional, que es lo que el hombre ha de ver en su obra para poderlo eliminar, tachando de negativo todo intento de accionar el placer de fabricar, de traducir en signos lo incomprensible, algo a lo que la filosofía es incapaz de asomarse.
Quizás "la fábrica" sea la clave de la "aparición" de nuestro espíritu, entendiendo por ésta (dentro de aquel orden suprasensible por el que la materia se hallaría en último lugar) la única luz en el espacio en el que la oscuridad hace indispensable el impulso del cambio.



jueves, 17 de agosto de 2017

ARTE Y "ARTES".

     El Arte: Giotto, Miguel Ángel, Dalí o Kandinsky; de lo surreal a lo hiperreal, de lo abstracto a lo conceptual; son mil y uno los orígenes, procesos y fines del Arte; miles las teorías sobre Él desde otros tantas miradas: desde el Formalismo, a la más pura filosofía neoplatoniana... sería demasiado extenso especificar el amplio crisol de tendencias, que tanto en el desarrollo de esta actividad como en su teorización se han desplegado a lo largo de los siglos (sobre todo en los dos últimos).
Me interesa, en mayor medida, otro aspecto del arte que no responde a premisa, línea o movimiento alguno.

     Somos hijos de nuestro tiempo (reza en toda teoría culturalista que se precie), pero del mismo modo podemos olvidar nuestro reloj en el bolsillo equivocado; así el tiempo correrá en sentido contrario y el espacio que él describe podrá volverse del revés en un golpe de efecto.
Es sumamente habitual encuadrar al artista en un estilo determinado, atender al contenido de su obra: a su historia, significado simbólico; traducir su sentido social o propagandístico, etc.

     Mas el trazo, el color, la forma al fin y al cabo, es sólo materia combinada en un plano (sabiamente o torpemente, aunque ésto, lógicamente carecerá de sentido), no significa nada si la abstraemos de toda connotación o denotación simbólica. Entonces no sería más fácil contar las cosas al amigo, lo que sentimos, lo que recordamos, soñado o tememos, sin necesidad de la intemediación del color o la línea en el plano, es decir ¿por qué dibujamos? ya que el ¿para qué? no estaría dentro de ese tiempo y espacio transfigurado en el que nos imbuimos al crear.

     En el propio acto de dibujar o pintar; diseñar al fin, existe algo que no aparece en ningún manual o texto sagrado de la Historia del Arte; este "algo" (objeto o sustancia) no puede ser aprehendido, no puede ser diagnosticado ni dirigido; evaluado o experimentado por otro que no sea el mismo artífice.
Qué clase de aventura, comienza en el papel o lienzo en blanco, acabando la mayoría de las ocasiones en un mugriento contenedor de basuras; qué intento de transformar el vacío en otro más lleno de nada.
Qué dolor se esconde tras la línea retorcida del negro más infame, o el rojo somnoliento de la pincelada aguada, a qué tiempo o lugar corresponde esta terrible decisión, la de seguir adelante atravesando el Aqueronte o salir disparado del sillón.

lunes, 14 de agosto de 2017

HABLEMOS DE "ARTES".




     Tal vez mi vocación no es escribir, pienso que el lenguaje convencional supone una especie de pantalla que convierte en superficial y postizo todo intento de comunicarme fuera del lenguaje rutinario. Pero sí que me interesa las distintas teorías sobre arte y artífices, sin duda basadas en fehacientes pruebas que sostienen dichas teorías.

     Sin embargo, como asidua a la práctica de un mundo anticonvencional que se acerca, sin pretensiones, al arte. Como partidaria, por otro lado, de la imaginación más pura y dura; de dejar abierta la entrada a los subjetivo, sorpresivo y nunca proclive a lo racional, creo que puedo intentar expresar mediante palabras (las cuales, a mi pesar, no suponen un puente entre el ultramencionado "mundo de las ideas" y ese "ente" sin rostro que es el posible lector) lo que para mi significa "arte" y que extensión abarca en mi organigrama vital.

     Mi intención al escribir estos textos no es hablar del Arte con mayúscula (el de los grandes museos, cubiertos de telarañas insignes) ya se han vertido ríos de tinta (y se verterán) sobre tales fenómenos a los que los modestos humanos no podemos soñar  igualar... pero tranquilos no constituirán largos pensamientos sino flashes o impresiones escuetas sobre lo leído sobre el tema en algún momento de mi vida.
Advierto que no garantizo que, con el tiempo, se vayan dilatando estas porciones de escritos reivindicativos de lo no consagrado como Arte Mayor














lunes, 9 de enero de 2017

PALABRAS DE HIELO.

Casi como en una fotografía reconozco mi imagen bajo el suelo blanco a rayas o cuadros,
tiemblo al observar que nada tiene de súplica mi añoranza de papel húmedo,
no ya tiene la canción las voces enérgicas que alegran la inundada noche,
no posee más los rincones que sueñan con el rostro de los marginados riscos,
no ya posee flor alguna de vellos erizados y color de la nada,
no aspira mi pensamiento a la traducción dogmática de los signos aprehendidos.

Tiemblo y sonriente sin pudor anhelo la mañana que de negro se pinta tras el papel,
no deseo no tener, no poseer deseo, solo dejar correr el tiempo, ese tiempo que no llega,
ese tiempo que pasa sin pasar y continuamente queda, el tiempos que mi tiempo siega.
las horas que sin serlo se aproximan en el todo que me enseña y se empeña en olvidar,
no recordar ningún tiempo sin memoria, no prever el nuevo tiempo sin derrota, morir,
elevar el mundo conmigo anclada, a mis pies sostenida la tierra entera, tiempo y suelo.

No son las palabras mas heroicas que la vida, la vida muda que no escribe sortilegios,
que no descubre el paso hacia el nuevo continente del tiempo, ese que me amarro a las ideas,
el tiempo de las letras que no abarco, el del silencio al que renuncio, el paso al firmamento
de la línea oscura en que me expreso, no dispongo de otro material menos duro y frío
en donde la cinta en blanco y negro continúa pasando delante de mis ojos,
rompo el papel al que el tiempo me emplaza sin remordimientos ni total desapego.

domingo, 8 de enero de 2017

QUE EL SILENCIO TE ACOMPAÑE.

El hielo se corta en el estío, cayendo las guirnaldas rosas de los campanarios,
camisas de nobles recuerdos juegan libres al laberinto sonriente,
la clara coincidencia entre el negro ausente y la azulada mente,
tiembla entre elocuentes misterios arrojados desde su hueco más interior,
las faldas de los montes se recogen y el cántaro ya roto se repone,
linda y delicada fiera con granos que grazna libre en medio de las hortalizas,
las vallas se anclan duras a poniente mientras los suelos se levantan quebrados.

Mientras veo la noche dormirse lenta, domina la tierra una luz sureña, se asoma
al risco de emprendidas fortunas, lamento que no cesa en la fuente escueta y seca,
los niños que no saben llorar miran pasmados la mañana que no llega
el horizonte se vuelca sobre la tierra horadada, mi madre que ausente me abraza
desde lo alto de mi sueño anuncia nuevas emociones
ya no siento lo que debo presentir sino lo que recuerdo infértil,
éxtasis de la extenuación vibrante, formas redondas en sueños de añil.

El plano en el que retuerzo mis ambiciones late como un grillo en la hoguera,
siento su corazón de nata reseca, agria, enmohecida por las horas,
no persigo ya el tiempo en mi odisea, sino oquedades nuevas de montañas
erguidas sobre el horizonte que regresa, falda recogida entre el agua que salta,
vista de nuevo al filo de la tierra, los granos de la tierra sin corazón y duros,
prefiero vivir con sangre rodando entre mis dedos que soñar lo que me abandona.
Lo que me despide tras la mañana del recuerdo y me hace rechinar la dentadura.