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domingo, 8 de enero de 2017

QUE EL SILENCIO TE ACOMPAÑE.

El hielo se corta en el estío, cayendo las guirnaldas rosas de los campanarios,
camisas de nobles recuerdos juegan libres al laberinto sonriente,
la clara coincidencia entre el negro ausente y la azulada mente,
tiembla entre elocuentes misterios arrojados desde su hueco más interior,
las faldas de los montes se recogen y el cántaro ya roto se repone,
linda y delicada fiera con granos que grazna libre en medio de las hortalizas,
las vallas se anclan duras a poniente mientras los suelos se levantan quebrados.

Mientras veo la noche dormirse lenta, domina la tierra una luz sureña, se asoma
al risco de emprendidas fortunas, lamento que no cesa en la fuente escueta y seca,
los niños que no saben llorar miran pasmados la mañana que no llega
el horizonte se vuelca sobre la tierra horadada, mi madre que ausente me abraza
desde lo alto de mi sueño anuncia nuevas emociones
ya no siento lo que debo presentir sino lo que recuerdo infértil,
éxtasis de la extenuación vibrante, formas redondas en sueños de añil.

El plano en el que retuerzo mis ambiciones late como un grillo en la hoguera,
siento su corazón de nata reseca, agria, enmohecida por las horas,
no persigo ya el tiempo en mi odisea, sino oquedades nuevas de montañas
erguidas sobre el horizonte que regresa, falda recogida entre el agua que salta,
vista de nuevo al filo de la tierra, los granos de la tierra sin corazón y duros,
prefiero vivir con sangre rodando entre mis dedos que soñar lo que me abandona.
Lo que me despide tras la mañana del recuerdo y me hace rechinar la dentadura.





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