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viernes, 25 de agosto de 2017

EL MARCO.

     Arte sin objeto, sujeto como soporte, vacío ejerciendo de forma, plenitud sin sustancia. Lo aleatorio protagonista del orden interno... todo ello en pos de difíciles cambios que sustentan, a veces, su mayor valor en dicho movimiento o impulso primero.
Pero qué quedará tras la sorpresa unánime de curiosos y desocupados, de halagos profesionales y exquisitos juicios de gusto con vocación de asépticos.

     A veces interesa más el "marco" que el contenido de la obra; la presencia física de la obra ha de lidiar con el regusto estético más banal e inconcluso, con la mirada no siempre partícipe de un supuesto proceso en el que lo lúdico lucha por empatizar con la razón -contradiciendo las leyes de la naturaleza-.
Así "lo bonito", "lo gracioso", "lo amable" queda en la retina por encima de otro mensaje teórico; da igual que el contenido nos hable de una terrible lucha o de un dictador junto a sus atributos mortíferos.

     La forma, o la ausencia de ella, que es también forma, junto a la animación del color, es lo que el arte representa para el público, incluso para el artífice que se metamorfosea en éste cuando contempla su obra ya desligada de su útero.
No existe nada más que la forma. Sin pretender adherirme a ningún movimiento teórico, pues no poseería los recursos históricos para juzgar evolución formal alguna, sí que puedo asegurar que el arte se traduce forzosamente en forma, se da luz a la forma, incluso cuando ésta se limita al vacío.

     El arte de la ausencia, de la total ignominia de la corporeidad, se acerca ineludiblemente a la pura filosofía pues el hombre se divide en pensamiento y cuerpo, todo gira alrededor de estos dos fundamentos: imaginación o "alma", y por otro lado acción-reacción, sensación; conexión primigenia con lo patente, lo animal.
El arte es filosofía en acción, filosofía comparada (en caso que esta conjunción pueda existir), no en relación a otras teorías semipragmáticas difíciles de situar en el mundo sino a nuestro propio cuerpo y su inclinación a expresarse por medio del movimiento.

     El impulso del que antes hablaba, pretendiendo referirme a las vanguardias, se podría medir al ímpetu físico de desear saltar hacia adelante, de luchar fabricando formas que sustenten el cambio, aunque sea por la mera satisfacción de que éste surja.
Tal vez la artesanía resulte ser el más claro ejemplo de la filosofía bien entendida, la traducción real de lo banal de la nada -que es lo que habita en cualquier lugar-, lo que no existe, lo que hace ya tiempo dejó de tener poder sobre nosotros.

     Si reducimos el arte a lo filosófico borraremos el impulso que hace al hombre cambiar, borraremos lo convencional, que es lo que el hombre ha de ver en su obra para poderlo eliminar, tachando de negativo todo intento de accionar el placer de fabricar, de traducir en signos lo incomprensible, algo a lo que la filosofía es incapaz de asomarse.
Quizás "la fábrica" sea la clave de la "aparición" de nuestro espíritu, entendiendo por ésta (dentro de aquel orden suprasensible por el que la materia se hallaría en último lugar) la única luz en el espacio en el que la oscuridad hace indispensable el impulso del cambio.



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