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sábado, 7 de octubre de 2017

PRESENTACIÓN VERSUS CONTENIDO.

     En el arte, al igual que en cualquier aspecto de la vida, lo importante suele ser el contenido, pero a veces es más interesante la idealización que se produce tras la visión posterior a la obra creada, pues también en la "aparición" se halla el arte; el esteticismo, ese estilo que conlleva cierto afán decorativo, no debe confundirse con la banalidad o la superficialidad; para mi es una forma de entender todo lo artístico y todo lo que no ha sido considerado como tal por la historia del arte oficial.

     Posee concomitancias con el mito del círculo cerrado, el conjunto hecho unidad, la paz resultante de algo tan prosaico como es la contemplación de una obra integrada totalmente en su espacio teatral; puede llegar a ser semejante a la paz de los inocentes, a la sensación sin razón, sin preguntarse de dónde sale este o aquel elemento; qué significado se oculta en su conformación, qué color representa tal o cual institución o secta religiosa o que abstracción ha sido resultado de qué elemento figurativo propicio.

     Al fin, todas las cuestiones que a través de los años nos hemos preguntado al mirar una obra, se hallan subsumidas en el esteticismo (para mí, más que un movimiento, una forma de entender la vida); este fue el estandarte enarbolado por Oscar Wilde, fue su forma de vida y muerte, pues: ¿qué es el decadentismo sino una muerte anunciada en cada contradicción? es el desaliento de la muerte el que impregna, del mismo modo, un esteticismo sin profundidad o una lápida esculpida en mármol rosa, bello y helado.
La apariencia, dejando a un lado su aspecto peyorativo, representa la esencia del arte, aunque pueda parecer un contrasentido: ¿qué es el arte sino sólo apariencia?.

     No importa lo que veamos en cada obra con talante esteticista; es indiferente lo que vislumbremos o sospechemos, ésto no dejará de ser su tramoya, la guia a la que se aferra el artista; la excusa o la ocasión para desarrollar su ambición por lo bello, pero lo bello sin remilgos, achares o apostillamientos; sin posdatas ni  arrepentimientos; es la belleza clásica de la que todos lo artistas beben y a la que vuelven irremediablemente.

     Quizás la maldición de la pintura occidental sea volver la vista y el espíritu hacia su origen, tras viajar por los infiernos de la metamorfosis y la abstracción; de naufragar en el feismo, lo conceptual o el naive; la belleza como paradigma de la experiencia estética a pesar de nuestros esfuerzos por desterrarla y mostrar otros lados de la pirámide estética.
No habrá arte sin belleza, habremos de buscarla entre las rendijas de cada forma incongruente, o en el destello de cada estridente rojo frente a verde puro, pero hemos de buscarla, es irremediable.

     A la postre, el esteticismo es la belleza de la forma y la forma de la belleza, incluye el devenir de lo físico -la linea, el color, el contraste y la transparencia- en permanente atención al discurso clásico, a la preferencia por la curva frente a la recta impersonal, la voluptuosidad a la planitud; la belleza ligada al sexo y al erotismo encubierto, a la insinuación plástica de la forma natural humana y ello se presenta bajo mil denominaciones y estilos, que, aunque modernos viven a la sombra de lo antiguo.

     Así aceptamos el triunfo del esteticismo a pesar de carecer de trasfondo social o histórico (éste lo añadiremos nosotros), es la revancha de lo original, de la fuente primigenia; del núcleo duro del arte, pues es inútil que nos alejemos de este principio que indefectiblemente se nos aparecerá en cada ángulo o arista viva y deforme reverenciada por multitudes hipnotizadas por su osadía, arrastradas por su declaración de novedad, por su promesa de cambio, pero que cíclicamente vuelve para saciarse de formas perfectas.










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