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jueves, 12 de octubre de 2017

OTRA HISTORIA.

      El artista como fenómenos social, como traductor o quebrantador de contextos -espacios en el que se suscribe y de los que a veces no llega a tener conciencia- ¿cómo puede influir en sus obras? ¿cómo puede influir en su capacidad de creación?
El artista autónomo es ante todo, un captador de imágenes: de formas, líneas y colores disueltos en el aire, sin asidero formal; su mirada no es prosaica ni periodística; ésta última parte de una casta especial, de una personalidad artística concreta; es otro cantar: transformar la realidad pura y dura sobre el lienzo, una labor creativa que solo puede ser consecuencia del estilo, conseguido y depurado por medio de una tarea simplificadora o barroquizante.

      El artista abstracto -o abstraído de la realidad- no pretender romper con ella, tampoco quebrarla, ni siquiera tomarla en cuenta. Por consiguiente no la deforma ni la abstrae; no la ordena ni recompone. La abstracción es la entrada a la forma pura, ésta será más real -aunque parezca una contradicción- cuanto más se aleje de lo identificable.
El juego realidad-irrealidad es sólo eso, un posicionarse justo en la entrada a la imaginación; es el ejercicio previo a la desligación total; a veces, el artista se encuentra cómodo en este tránsito, otras veces decide lanzarse al abismo, es eso lo que les ocurrió quizás, a algunas de las vanguardias históricas.

      Pero no hay que olvidar que durante el siglo XIX, otros abrieron el camino -impresionistas, postimpresionistas...- se trataba de la disolución del figurativismo, fuere el motivo o la intención cual fuere; el atrevimiento primero partío de otros -el rechazo los sufrieron todos- pero la independencia de la forma estaba servida y por lo tanto su propia evolución, sin parámetro realista alguno; no he inventado yo esta teoría pero es más lógica que pensar que el arte sea fruto de la experiencia vital, cuando la creación, como componente indisociable de éste, parte del lado opuesto a lo prosaico, traducido ésto en lo político, lo social, etc.
El contexto social puede herir al hombre hasta lo demencial, pero su arte no se moverá un ápice de lo que es la evolución de su estilo o mirada primigenia.

      Mucho se ha dicho de la influencia de la guerra -elemento excepcional en la vida de muchos artistas- pero no sólo la guerra agrede o afecta al hombre-artista; existe la injusticia de la paz, el silencio de la comodidad social, el inmovilismo del terror...
Bien es cierta la coincidencia entre el surgimiento de las vanguardias y los convulsos primeros años del siglo XX; nunca había cambiado la piel política de Europa como en aquellos años, pero ¿desde cuándo se estaba fraguando dicho estallido político? ¿desde cuándo otros muchos artistas decimonónicos -valga el término como simple referencia a la época- se debieron preguntar por la dirección de los acontecimientos o se revelaron, pública o privadamente, contra el estado de las cosas ¿cómo influyeron las circunstancias políticas en sus obras, pues sólo se ha estudiado esta cuestión someramente?
Y es que grandes progresistas y rebeldes políticos y sociales, han practicado y practican un arte clásico conscientemente; no rompen con realidad alguna sino que recrean un fragmento de ella ideal o idealizado; mientras que otros siguen rompiendo abruptamente con la realidad, sea cual sea su ideología o su compromiso ante la sociedad.

      La independencia o cansancio de la forma proclamada por teóricos de primera fila durante el siglo XX, guarda mayor grado de congruencia con la experiencia artística; es la mano la que busca otros caminos, el ojo el que se plantea otros derroteros de color, de contraste, de volúmenes; otras obras anteriores las que ponen, ante el nuevo artista, la prueba de que sí se puede moldear el espacio del cuadro a gusto de cada cual, y que ese gusto nace del encuentro ante el espacio vacío del cuadro -digo espacio con lo que conlleva de concepto tridimensional- pues aunque la obra quede para los demás como una representación, o presentación plana, para el artífice -en el momento crucial de la creación- el lienzo es el rostro de un mundo independiente; puede permanecer en la superficie o inmiscuirse hasta el fondo, profundidad real bajo el prisma de su visión.
Sí, la obra (en algún momento de su vida) tuvo de veraz, tres dimensiones, adaptándose la forma a ella  y sólo a ella.










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