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martes, 8 de marzo de 2016

A MI COMPAÑERO DE VIAJE.

Los montes de venas azules se erigen en jurados del río desbordado,
canales de agua que corren despacio por debajo de los huecos agrestes,
cavidades redondas asomadas a la punta del agua de delgadas líneas.

El cielo es blanco inmaculado, franjas de negras réplicas lo manchan,
entre las colinas navega una hoja perdida y apenas esbozada sin rubor,
los bordes son apuntes cuyos trazos tímidos apenas recogen el conjunto.

Los árboles han dejado de existir en el trozo de negro sobre blanco,
se mantienen expectantes ante la hora de su entrada en escena,
lo que sobra se abstiene de mostrarse orgulloso y se descuida.

Ni los árboles, ni las flores, ni los bellos jardines; colgantes,geométricos,
aristocráticos... tan sólo  piedra dura y blandos desniveles empapados,
el incierto paisaje que no encuentra modelo en el que recrearse.

La memoria perdida, el recuerdo encontrado, tantas tierras de antaño,
tanto mirar cada porción de maravilla, no queda en mi retina espacio
para la verdad desalentadora, solo rincones de escasos fotogramas.

Otros intentos de verdad encerrada, cuadriculada, verdad a medias,
verdad hecha de deseos encantados, de cuentos inverosímiles de niño,
verdad a golpe de línea y mancha, de hallar la vida en forma de mapa.

Me confundo entre la gente y no pienso en nada, solo en puntas de lápices
que se cuadran, obedientes, como un ejército de fantasía virgen e invisible,
esperando el segundo en el que la nada se manche de negro sobre el rectángulo.


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