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viernes, 4 de marzo de 2016

EL ENVITE DE LAS ROCAS.

Los pies mojados de terciopelo leve, miran con denuedo el horizonte,
blasfeman de la inmundicia refinada que nos hace cobardes de nuevo,
los pies oyen el temblar de los redondos huecos por los que no pasa el mar,
marcan la cordillera del viento entre las rocas blancas que se alzan gráciles.

Los dedos se aposentan en cada verdor leve de posibles épocas secas,
siglos de roca, verde de mar, pies de hielo sobre el fuego del tiempo,
las rocas gráciles devuelven la vida a los dedos anhelante, para retirar
sin miedo los lisos y negros rastros de pizarra, de negra superficie rodada.

Mis dedos bailan una danza de frío invierno entre las calientes aguas,
de noches imbuidas en camisones de hierro, de frío invierno sin rocas,
sin amasijos de colores en mi pies, por debajo de mi mirada ardiente,
los dedos de mis pies que, al fin, se sacuden los últimos moradores.

Vuelvo mi mirada a la sombra, penetro en el ocaso de luz, irremediablemente
transito por pasillos de olor a miedo, mis pies me siguen enfermos y a rastras.
El sillón de verde mar de terciopelo me habla de una luz postrera, consuelo
para negras veladas de pies muertos, apoyados al filo de la luz redonda.

Dedos rodando por escaleras, vestidas de primavera, cielo esperando
que de nuevo la línea continua de rocas blancas se deshaga al tropezar
con los nuevos pies de años incumplidos, de juventud ajada sin estreno,
sólo los pies de nuevo fríos de fuego, harán rodar inviernos bajo ellos.

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