
Ríos de finas venas, fuentes de cristal, rocas hirientes, verde tapiz cuajado de rojos brillantes.

Pueblos secos de mar, orgullosos en su cumbre, pueblos que se hunden entre toboganes de tierra herida.
Aparecen o desaparecen a la vista de la caprichosa carretera envidiosa de vuestra planta.

Reclinados bajo el sol quemante esos pueblos parecen hojas desgarradas de romanceros gigantes.

Siempre mirando hacia el agua, ansiosa de sumergirse en su helada y ciega entraña.
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