No existen rascacielos ni avenidas,
no existen las boleras ni los teatros,
solo sobrevive la tierra desnuda;
que tiembla y se desprende
pero que nunca claudica.
La roca vieja, la piedra virgen,
el caudal del río que brota salvaje,
la hoja perenne, el pájaro esquivo;
la hierva fresca doblada por la brisa,
el cielo absoluto y las nubes a ráfagas.
Ya no existen las gentes oscuras,
ya no existe el veneno en el mar,
ya no existe nada que pudra el río;
solo existe el planeta rodando sin fin,
sutil esfera de orgulloso azul.
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