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domingo, 16 de agosto de 2015

BARRO


El griterío se adueña de los suburbios candorosos, la vida entregada
y locuaz de un brillo equívoco, nada se alza sobre el que esconde,
sobre los que arruinan el alma de retazos de risa enfervorecida, nada,
nada se tiene en el desierto de desconches suicidas, todo, todo queda.
Bajo la tierna lluvia sopla un helecho en mitad de mi calle, calle sin alas.



Montañas de cieno bajo la altiva torre, desmembrada y terrenal,
la eterna soldadura, sobre el nicho doliente y febril, sostén de hilo.
Fabricantes escondidos entre los alfileres rotos, mueve el mundo,
colapsa el tiempo de nuevo, educa la mirada, oye el zumbido letal,
arrincona el derecho, aprisiona el vertedero de hiel húmeda y tierna.




Del lago triste que mira somnoliento, tras la barricada, surge la verde,
amarilla, roja flor de la nada. El cielo se hace suelo, llegan los últimos,
a los que nadie aguarda, los miserables que se sostienen entre abrazos,
de sus brazos surgen flores, ríos y lluvias tardías, nace cielo y suelo,
cieno hecho de roca de montañas repetidas, deshechas y negras.

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