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lunes, 24 de agosto de 2015

FURTIVOS.




Entraña negra de desafío, rodeada y a merced del líquido elemento,
madre y padre de una nueva tierra, roca dura de años y podredumbre,
caliente de siglos amontonados, cordillera de saltos y cabriolas;
donde los viejos arrojan las colillas malheridas desde sus dientes
y las vírgenes lloran arrepentidas, asomándose al abismo, curiosas:
dolientes anhelos de sombras bajo cada rincón en arista atrevida.

Ya se advierte la quemazón del hielo, nuevo invierno de barrancos,
blanca longitud tendida sobre la altura imposible de pueblos resignados,
la tierra inmisericorde se muestra como una aguja perdida, entre los dedos,
de esos otros pueblos que guardan el fuego en su centro, y que oran al sol;
las ciudades de calor que a la roca más helada funden como carbón,
las rocas, juramentos de felicidad invisible, que del mar emergen espectrales.




Aún existen ciudades hechas de roca, reseca e infértil roca de viento y nudos,
las rocas de agua que se alzan sobre el límite azul de luna, sobre la línea blanda
que se distrae con la brisa, esas rocas de tierra de pueblo, de ciudad de agua,
donde no se sientan las vecinas hacendosas ni se peinan los bosques de llamas,
esas rocas como bailarinas inspiradas, en perfecta danza de soledad, embriagadas;
a salvo de miradores colgados sobre ellas en los que siempre penden futuros incierto.

Las casas que no sostienen las rocas de agua se adivinan entre sus cortes a navaja,
huecos llenos de plantas arrugadas, decorando apenas la entrada, rocas sin flores;
casas de piedra, recurso de los hombres cazadores de peces, sepultura de otros 
hombres encerrados entre hierros, hombres sin campos ni flores,sin casas de tierra,
hombres de mar, hombres de casas de roca, hombres que pisan el fruto descalzos,
hombres que arrastran redes, hombres de rocas de fuego, hombres de rocas de agua.

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