ciudad sin color, línea desvaída del horizonte profano, ya lejos queda el mar,
la tierra atormentada, cría hijos entre los resquicios, diminuto verde apenas,
el paseo se siente inmóvil y grotesco entre basura de suspiros repetidos.
Al paso de los camiones rotos, sólo las niñas mudas juegan a soñar sin miedo.
Se acaricia lento el gato su cara; bajo la sorda alma del ala rota se reclina,
las oquedades de la historia marchan al frente de los jardines, vacíos y quedos,
tan sólo comienza el alba a teñir de negro el pensamiento de los que no lloran,
solo el sol se sube a los páramos para ver la cigüeña en medio de la alameda.
Los ríos se desbordan hacia dentro, cuando el suelo se quiebra orgulloso.
Todo sale al silencio, se rodea de corazones redondos, dónde se fue el cielo,
todo nace de nuevo cuando espero con tiernas esperanzas la noche blanca,
blanca donde se muere, la madrugada repite el rosario de vida finita,
todo lo que quiero lo guardo bajo mis rodillas a escondidas de la mañana.
Las torres de migraña se persuaden de las incómodas visitas en la nueva era.
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