Violento roce, silencioso anhelo,
tiempo de soledades, no es de verde frescor
la tierra pobre donde crece el silencio,
no es de negro asueto la vida de sombra,
que se retuerce y alcanza la poesía del miedo,
la ciudad duele entre entrañas marchitas,
el miedo se absorbe escaso por el alma dormida,
la vida que suena ronca y desmedida,
arde de nuevo enterrada en vela,
las diosas se esconden, el río se agota,
qué nueva montaña saltará el gigante.
Qué nuevo silencio guardará la entrada
a la oscuridad secreta, qué nueva hazaña
llevará a la líder en penas y mansedumbre,
no pienso que muero, sólo alcanzó la nube,
los rascacielos se turnan para adormecer las acometidas,
el nuevo día que nace erguido, e inclinado hacia la vida,
por entre los cuatro soles que acompañan la claridad innata,
la suerte ya echada y la melancolía asida de la mano
de lo que no ha de sobrevivir, en el infierno del muro,
donde tristes plañideras oran el rosario
del muerto vaivén de la esperanza.
dónde se encuentra la escondida dicha
que aparece bajo el escalón del ayer,
la sangre que corre veloz por mi calle hecha
de pedazos de rotos alminares, bajo el rescate desmedido
de los caza mentiras, las casas que se vuelcan
bajo el sonido inmediato del hoy, piensan en ti,
en tu pasado, en el olvido recobrado del trozo de periódico,
además de bello, eterno, el recuerdo escrito en blanco y negro,
las revistas adornadas de perlas preciosas
se hacen retazos, de olvidos exquisitos, no ayer de tiempo...
No mañana sin recuerdo, perfecto final
para un mundo sin color renovado, carente de brillos importados,
de perfecto estéreo sincronizado, de porción miserable
de nuevas técnicas de sufrimiento, la isla salida de una obra marchita
espera su momento donde el mar no arranque el miedo de morir en silencio.
Ya veo la claridad turgente que me persigue contra mi misma,
en el devenir del final cierto: Luces difusas de hogar eterno.
La casa de al lado, el balcón caído, las casas no lloran,
sólo llora el continuo marchar a cámara lenta.
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