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lunes, 15 de febrero de 2016

LAS MUJERES DE LA GUERRA






Metralla sobre el trigo, perfecto morir entre ramas,

las ruinas acogen su carne joven entre cimientos;

miles de niños huérfanos aúllan en la noche carmesí,

mientras se amamantan de la sangre brotada del ausente.

Madres de madres, hermanas de madre; esposas solas,
entre vuestras costuras se esconde el valor suficiente;
el empuje violento de la vida: la vida obligada a serlo
por los hijos que recogen obedientes la sangre del héroe.

De la cama alta, la que moldea tu grácil cuerpo,
te levantas en la madrugada, helada de viento y miedo;
mientras avanzas tropiezas con tu nuevo compañero:
el conformarse impávida con la soledad sin remedio.

Gigante tu figura, soporta todo el imposible peso,
el peso de las canastas de injusticia sobre tu cabeza,
el peso del hambre pegado a tu seco vientre,
el peso del tiempo sobre tu altiva y ancha frente.

Arrugas sobre el rostro de nácar adolescente,
curvatura del alma retorcida y de los huesos;
duele el cuerpo plegado y el corazón valiente,
encogido e inmenso, abraza de nuevo el recuerdo:

“Compañero que caíste bajo la lluvia de acero,
no pudiste ver a tus brotes curtirse por el esfuerzo;
yo, abanderada de las tropas, hechas de viejos, niños
y mujeres solas, he vengado tu temprana muerte”.






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