Duro perfil recortado entre pesado
cortinaje,
de polvo espeso cubierto, a duras penas
rojo;
tímidamente esboza su actuación
sonriendo,
el hombre de estampa inquebrantable.
Sus guantes de blanco palomar
escondido,
se burlan del extrañado observador
distante;
mientras un sombrero de mísera
apariencia,
es asido por sus adiestrados dedos
inquietos.
Trampa de siglos repetida, mentira
enajenada,
aun así el espectáculo de lo burlesco
se rinde,
ante el misterio tantas veces
denostado:
al fin, la línea de lo imposible se
vislumbra.
No ensayen, prosaicos y asiduos
aguafiestas,
mil formas de deshacer el entuerto
eterno,
no rompan, con sus deducciones crueles,
el frenesí de aplausos roncos ante el
milagro.
Tal vez en un alma en ciernes, en un
tallo,
en una enjuta membrana de sentimiento;
latirá el deseo de recomponer gráciles
damas,
atrapadas en baúles heridos por
lanzas.
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